Para ser idolo no hay que tener la voz más fuerte, no hay que demostrar que uno es más que el otro hay que mantener la esencia, ese que al último idolo de Núñez lo hace inquebrantable.
Porque eso de no resignarse y seguir soñando es ciento por ciento real, porque aquél jovencito de Ledesma, una localidad de Jujuy, soñaba alto, tan alto que lo creian loco "Yo un día voy a jugar en el Monumental" repetía sin cesar ganándose burlas ajenas.
Tan poderoso era su sueño, que con empeño y magia en su andar dentro de una cancha, llego a la ciudad de la furia, Buenos Aires lo recibía a ese adolescente soñador.
El flaquito había posado sus ojos en Núñez como siempre había deseado, pero diablos rojos y rivales del Riachuelo venian por él, es que la magia que poseía era deseada por muchos, pero firme a sus convicciones dijó que no, él jugaría con la banda roja cruzada al pecho.
Ese flaquito, tenia a la pelota encantada, la invitaba a bailar, quebraba su cintura de aqui para allá, sorteando obstaculos, pero su fiel compañera no lo abandonaba.
Un Kaiser le dijo "Pibe, veni es hora de hacer realidad tu sueño",con 17 años Ariel desplegaba esa magia que nunca lo dejo ser uno más, ese fuego interno a la hora de defender los colores, enamorando a un Monumental con miles de almas que revivian en cada quiebre de cadera.
La copa más linda vino de sus manos, goles al eterno rival que siempre lo quiso tener en sus filas.Llegó a vestir la camiseta de la selección y se dió el lujo de ser el secuaz de Maradona.
Pero el amor en el fútbol dura muy poco, los corazones Rojos y Blancos lo vieron partir a Valencia, rogando volver a ver al Burrito de Ledesma, que de burro no tenia nada y si de mago.
Como dicen siempre se volverá al primer amor y él volvió a Núñez, su lugar en el mundo, es que si hay algo que Ariel habia ganado era el amor de un Monumental colmado.Llegó a compartir su mágia con los más chicos, esos pichones de Ortega que salian de River.
Pero como siempre el amor sufre mil obstáculos en el camino y el idilio con Núñez no podía ser eterno, así fue como el mítico 10 volvió a partir, no sin antes saber que volverá a casa.
Como todo héroe debia volver epicamente, a cancha llena y con una lluvia atroz que sellaria para siempre el amor de los hinchas de la banda y Ariel, es que ese día jamás se borrará, desde que ingresó corriendo bajo la lluvia que bañaba el Monumental, osó picar la pelota y desatar un mar de emociones en cada sector.
Volvió para sacarnos campeones, volvió para que lo amaramos un poco más, volvió para sellar ese pacto eterno con River, pero como siempre en esta historia de amor habría mil obstáculos, ratas que osaron derribar al mítico idolo, esas mismas que después se comerían el Monumental entero, intentaron destruir el amor de Ariel y sus hinchas, pobres ilusos, este amor es inquebrantable.
La peor basura de Nuñez lo alejó, no lo dejó dar su última función en su escenario predilecto, ese en el que caño tras caño sacó a pasear a más de un bostero, en el que gritó a más no poder mil goles.
Pero Ariel era tan gigante que no dejaba que el amor se apague, y al fin tuvo su merecida despedida colmando nuevamente el Monumental pero esta vez para ver su última función.
Las lágrimas no faltaban, brotaban a mares, es que sabíamos que ya la 10 de River no iba a tener un dueño real, sabiamos que esa tarde se iba con él.
Gracias diós por hacerlo hincha de River, a Ortega lo queremos hasta el final de nuestra vida.